Todo es don de Dios, pero es necesaria una activa cooperación con la gracia.

lunes, 17 de agosto de 2009

Flavia Iulia Helena Augusta


Mañana la Iglesia celebra a Santa Helena, una mujer a la cual le tengo devoción particular desde que visite Roma, puedes leer aquí una corta biografía. Después de la Virgen María, para mí, es quizás el mejor ejemplo de mujer fuerte, fiel y piadosa ... que no le huye a la cruz, es más la busca, la encuentra y testimonia a los demás ,con su vida, la grandeza de El Señor.

"El obispo Macario se hincó de rodillas, lanzando una breve y ronca exclamación. Un instante después todo el mundo estaba arrodillado.

Desde el fondo del hoyo fueron surgiendo tres cruces.

Asomaban poco a poco... oscilando conforme los trabajadores de tiraban de ellas.

Ya estaban arriba. Un puñado de hombres las seguían con sus azadones y sus palas... uno de ellos traía en la mano algo que parecía un pedazo de pergamino. Todavía salieron más hombres. Se quedaron allí parados, vacilantes, desconcertados, como si no se atreviesen a acercarse a la Emperatriz. Helena intentó ponerse en pie, pero no pudo. Entre Macario y Simón la levantaron, tomándola cada uno por un brazo. Las rodillas se le doblaban cuando se adelantó, tambaleándose, hasta el pie de las tres cruces; se puso a sollozar y el cuerpo entero le temblaba.

A pesar de su enorme excitación, la mente de Macario trabajaba con admirable claridad. Vio el pergamino en las manos de aquel hombre y reconoció los restos de los caracteres hebreos, griegos y latinos... era el cartel que había mandado escribir Pilato. Así es que una de aquellas tres cruces tenía que ser la verdadera Cruz. ¿Pero cuál?

Antes de que pudiera terminar su pensamiento, Helena se abrazó a una de las cruces, como una madre se abraza con su hijo. Después, con un rápido movimiento, agarró al pequeño Simón por un hombro y tiró de él hacia ella. Con los ojos llenos de espanto, el muchacho vio cómo ella tomaba su brazo tullido y le hacía tocar la madera de la Cruz.

Simón lanzó un gemido. Una lengua de fuego pareció recorrerle el brazo de arriba abajo, como si le ardiera. Atónito, vio con estupefacción que el brazo le obedecía. Sobrecogido, comprobó que, por primera vez desde hace siete años, los dedos de su mano derecha se movían. Lo intentó otra vez, y otra vez se movieron. Trató después de balancear el brazo... primero hacia arriba... luego hacia los lados...

A la multitud le pareció que estaba haciendo el signo de la Cruz.

Muchos de los presentes conocían a Simón, el tullido... y una ola de asombro recorrió a los espectadores.

Los ojos de Helena y de Macario se encontraron. Muy despacio, el obispo se inclinó y besó el madero de la Cruz.”


Relato Hallazgo de la Cruz. Louis de Wohl - “El árbol viviente”. Madrid, Palabra 1991.

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