Todo es don de Dios, pero es necesaria una activa cooperación con la gracia.

lunes, 15 de febrero de 2010

Cerca a la Cuaresma ...


"Nos encontramos a pocos días del Miércoles de Ceniza que nos llama a un tiempo especial de conversión. En esta tónica el evangelio nos exhorta con unas palabras penetrantes y en contracorriente a tantas voces del mundo, a vivir el perdón: «En cambio, yo os digo a los que me escucháis: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen.»

Pero muchas veces constatamos que perdonar no es fácil y que mucho menos nos gusta. Son abundantes los criterios del mundo que rechazan la lógica del perdón y han reforzado en nosotros una lógica de la amargura, del resentimiento y la venganza. Aquí algunas de las ideas que pululan en nuestro medioambiente: “tengo derecho a guardar rencor pues me han hecho daño”; “¿porqué voy a perdonar si a mi tampoco no me perdonan?”; “perdono pero no olvido” (siendo que el “no olvidar” es sinónimo de “no perdonar”); “¿porqué tendría que pedir perdón?, ¿acaso han venido a pedirme perdón a mí?” “Me han agraviado, traicionado, ¿y tengo que perdonar? ¡Jamás!”

Cuando uno se detiene a analizar estas y muchas otras razones semejantes percibimos que además de contener una fuerte carga autodestructiva, estamos realmente muy lejos de la lógica del Evangelio. Ya el Antiguo Testamento enseñaba una perspectiva muy distinta para afrontar las ofensas recibidas: «Perdona a tu prójimo el agravio, y, en cuanto lo pidas, te serán perdonados tus pecados. Hombre que a hombre guarda ira, ¿cómo del Señor espera curación? De un hombre como él piedad no tiene, ¡y pide perdón por sus propios pecados! Si él, que sólo es carne, guarda rencor, ¿cómo obtendrá el perdón de sus pecados?»

¡Cuanta falta nos hace vivir el perdón sincero y profundo! Buenas razones encontramos para abrirnos a él: “perdonar trae consigo la paz”; “si nosotros somos perdonados por Dios, ¿cómo no perdonar a los demás?”; “todos somos pecadores, nadie es justo para decir: no tengo culpa”; “pensar: nosotros somos los buenos y los otros los malos es una ilusión”; “solo el perdón libera del odio”; “venzamos el mal con el bien”.

Pero es verdad, la tarea del perdón sobrepasa muchas veces las solas fuerzas humanas. Por ello el Catecismo de la Iglesia Católica enseña que observar el mandamiento del Señor es imposible si se trata de imitar desde fuera. Más bien se trata de lograr una participación, vital y nacida «del fondo del corazón», en la santidad, en la misericordia y en el amor de nuestro Dios. Sólo el Espíritu que es «nuestra vida» puede hacer nuestros los mismos sentimientos que hubo en Cristo Jesús."


Refleción Cuaresmal, Monseñor Kay Martin Schmalhausen
Obispo de la Prelatura de Ayaviri, Puno - Perú

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