Todo es don de Dios, pero es necesaria una activa cooperación con la gracia.

sábado, 21 de agosto de 2010

Construir con acciones una oración

En los últimos días he recibido varios comentarios (algunos muy edificantes) haciendo mención a la santidad en lo cotidiano, en particular sobre esa marcada diferencia y hasta aparente oposición entre la vida cotidiana y la vida cristiana. Es decir, una vida donde hay preocupaciones, incertidumbres y exigencias diarias, donde el chisme, el cansancio, la incoherencia propia, y de los demás, parece ahogar los buenos propósitos que uno atesora en el interior. No se puede negar que la paz que uno encuentra en la misa, la fuerza después de un buen rato de oración, los momentos en su capilla o parroquia, en las actividades solidarias y hasta las profundas conversaciones en ese ambiente son tan hermosas y valiosas que al tener que empezar de nuevo la semana, en las ocupaciones de siempre, uno sopesa y estas últimas parecen tan vacuas, tan vacías que cierto pesimismo podría apoderarse de uno, teniendo el pensamiento de aguantar hasta de nuevo tener ese tiempito para su vida cristiana.

Pues hay que decirlo, no hay nada más lejano a la santidad que lo descrito anteriormente, el pensar que Dios nos ha dado una vida que soportar para ir mendigando pedacitos de santidad y felicidad es erróneo, y lleva a reducir una vida que debe ser testimonio, amarga los deberes y responsabilidades además de debilitar y quitar espacio para el apostolado, esto es triste y quizás una de las razones de la doble moral que se nos achaca a los católicos, es decir, un santo en su parroquia, pero un patán fuera de ella.

Al menos para nosotros los laicos, la santidad se encuentra en lo que Dios te pone día a día, en ilusionarse por cumplir el plan del Señor, en lo que te toca hacer. En esto hay una lucha, es cierto, pero no es contra el mundo, los católicos no somos unos simples renegados que queremos estar contra “el sistema”, incluso hasta en lo que parece más mundano para algunos El Señor quiere manifestarse, por eso nos permite estar ahí. En las miserias de los otros uno ejercita la paciencia, descubres también tus propias miserias, en los problemas económicos uno entiende que el dinero es necesario pero nunca fue, ni nunca será lo más importante, en el cansancio del trabajo, en las decisiones difíciles, incluso en lo que parece contaminado, ahí Dios nos pone para con su gracia empezar un cambio… en esto hay algo muy importante y es que cada uno de nosotros tiene que santificarse también en el apostolado, por más lejano ó inútil que parezca hacerlo, entendamos que algunas cosas nosotros no podemos hacer, pero para Dios nada es imposible.

En el dolor, en la angustia pero también en el gozo y la dicha, es una vida entregada a Cristo, por eso se llama vida cristiana, que puesta en práctica te regala vivencias preciosas, una acción cotidiana y ordinaria hecha con amor brinda frutos extraordinarios que son inimaginables y que probablemente ni nos vayan a involucrar.

La idea es reducir (poco a poco, pero constantemente) esa brecha que hay entre fe y vida, sin postergar ni quitar los momentos fuertes de encuentro con Dios, pero si construyendo con nuestras acciones del día una oración que a veces será más corta ó más larga, unos días más hermosa, otros no tanto, inclusive habrá momentos duros en que no la podremos leer nosotros pero si el Señor, y de esto se trata, «Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así que, ó que vivamos, ó que muramos, del Señor somos» (Rom 14:8).

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